Rufus se quedó pensando… Por primera vez, alguien no se había alejado por su mal carácter. Tal vez valía la pena aprender algo nuevo.
Al día siguiente, Bruno organizó un juego de palabras en el claro del bosque. Todos los animales tenían que decir una palabra y luego su sinónimo o su antónimo. Rufus, con timidez, se acercó.
— ¿Puedo jugar? —preguntó.
Bruno contento, dijo.
— ¡Claro que sí! Di una palabra, y veremos si encontramos un sinónimo o un antónimo.
Rufus pensó y dijo:
— Enojado.
— ¡Perfecto! —respondieron los demás— El antónimo de enojado es calmado, tranquilo o feliz.
Todos aplaudieron. Rufus sonrió por primera vez en mucho tiempo. Descubrió que las palabras no solo servían para hablar, sino también para entender, compartir y cambiar.
Desde ese día, Rufus se volvió más amigable, más curioso y menos gruñón. Aprendió que las palabras podían abrir puertas, sanar corazones y, sobre todo, enseñar que todos podemos cambiar si estamos dispuestos a aprender.